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NACIDOS PARA CANTAR — 1 comentario

  1. Efectivamente 1965 fue un año muy intrincado por la responsabilidad de participar como aspirante al colegio del aire, en Zapopan,Jal. Empero, hubo oportunidad de escaparme de este incansable mundo de tràmites y burocracia. Recuerdo que antes de partir al sitio de referencia, una tarde que sentì la necesidad extrema de cambiar de ámbito, decidì salirme de casa y tomar un rumbo indefinido, asì lleguè a la alameda central y justo caminando por sus jardines, lleguè frente al Teatro Alameda donde se exhibía esta cinta y me dije ¿y por què no?, voy a entrar; y asì lo hice. Hacía mucho tiempo que no acudìa al cine y que mejor ocasiòn para ver a nuestros ìdolos de la juventud de los años 60’s, obviamente a Julissa y Enrique Guzmàn. Cinta en blanco y negro, pero que no dejò de satisfacerme al grado que me hizo olvidar por un buen rato, sobre las cargas y presiòn por prepararme a presentar los diversos exámenes ante dicho colegio. En fin regresando a lo significativo de esta pelìcula; la disfrutè tanto que regresè el dìa sàbado para volver a verla. Hasta la fecha la he visto en cuatro ocasiones, pero en casa. Ahora con un poco màs de edad, que en las dos ocasiones anteriores, me sigue gustando y me hace recordar que no todo tiempo pasado fue mejor; y creo que la màgia del cine nos permite ver a nuestros artistas favoritos, como siempre los admiramos: jóvenes y en plenas facultades, haciendo gala de su histrionismo.
    En lo personal mi atenciòn se fijò màs en nuestros artistas, no siendolo asì para los extranjeros, quienes se vieron favorecidos con más nùmeros musicales y las mejoras tomas y acercamientos. Justo es resaltar que en el caso de nuestra adorada y siempre amada Julissa únicamente actuò, que es otra de sus multiples facetas amèn de sus actividades como productora y creadora de grupos músico vocales. Cada vez que recuerdo este pasaje de mi vida, vuelvo a disfrutar la alegrìa de haber sido felìz por la tarde al salir del Teatro Alameda y caminar por los andadores de los jardines de nuestra descuidada Alameda Central. Sentir la frescura de sus prados, oler los multiples aromas de los pocos carritos ambulantes de “Algodòn de azùcar”, “Palomitas”, aseadores de calzado, “Elotes cocidos o asados”, vendedoras de semillas y no podìa faltar el “Carrito de camotes” . . . Mmmm què delicia. Sin olvidarme de los vendedores de “Hot cakes”, con cajeta o miel de abeja que degustè, sentado en una de las viejas bancas metàlicas. Creo que caminè cuatro calles rumbo sur mirando los escaparates: ropa, zapatos, discos, artìculos deportivos, dulcerìas y no podìa pasar desapercibido “El Moro” la churrerìa màs antigua del centro històrico. Llegò el momento de abordar el camiòn de la lìnea Niño Perdido, 201 y anexas, que me llevò de regreso a la vivienda donde finalmente regresè al tedio y a la presiòn de los estudios. Asì me toco vivirlo.

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